viernes, 6 de febrero de 2015

Un médico paraguayo de Itá Ibaté

Por Luis Alegre*




En octubre de 2005, el Gobierno de la Provincia de Corrientes impuso el nombre del doctor Ángel Perrotta a una moderna sala médico asistencial inaugurada en la localidad de Itá Ibaté. Años antes, la Municipalidad de ésta lo nombró Ciudadano Ilustre de Itá Ibaté.  

Médico paraguayo nacido en el pueblo de Pirayú -de padre italiano y madre paraguaya-, cursó estudios en el colegio República Argentina de Asunción y universitarios en la Universidad Nacional de Asunción, vino a Corrientes en 1956 recién recibido, eligiendo Itá Ibaté para radicarse cuando el Ministerio de Salud requería médicos para atender el Interior provincial.  

En agradecimiento a los actos que destacaron su trayectoria, como reconocimiento a los médicos de pueblo que dieron su juventud, ciencia, experiencia y sacrificio por la salud de nuestro pueblo y para lectura de los amigos que con tanto afecto lo aprecian, la siguiente narración intenta y practica una semblanza del doctor Ángel Perrotta.       

El DOCTOR PERROTTA

La espesura verde azulada del Paraguay profundo, doliente aún por la guerra fratricida, crecía virginal entre cerros y arroyos que bajaban cantando entre frondosos árboles. En el abra de la espesura, la estación colonial esperaba ansiosa la llegada de los trenes. Cunumís barrudos revoloteaban entre vías y naranjos. Muchachas aindiadas recorrían orondas el andén recién barrido mirando de reojo a los forasteros que bajaban sudorosos en busca de refresco. Chipas, "jugo e’piña", tererés, naranjada, limonada, ñandutíes; todo se mezcla en la oferta pueblerina a los viajantes que miran absortos el fondo azulado en la verde serranía.  

Así bajó en Pirayú el "Tano" Perrotta una tarde en que el sol rojo tremebundo se ocultaba caluroso. Un tano bien plantado, de mostacholis gomosos, amplio traje color claro y valijas de cartón hinchadas, parloteando inentendible un cocoliche estridente.  

De viajero pasó a viandante y la calidez del trópico lo envolvió como la boa entre el cantar de aves y el dulce arpegio del arpa, hasta que el embeleso de dos grandes ojos lo entregó mansito a los brazos fuertes de la dulce morena Dolores Britos, que había pispado al paso en el colonial andén. Antonio, Maruca, Teresa, Benigno, Poroto, Dorita y el menor, Ángel, retoñaron con fuerza mítica la unión forjada y las dos sabias supieron fundirse en el nuevo árbol.  

Al tiempo, la familia tuvo que trasladarse a la Capital en busca de estudios. Una fonda-hospedaje los vio corretear temprano entre la galleta caliente y el cocido humeante antes de ir a la escuela argentina para volver a servir el almuerzo.
Los muchachos crecieron y pronto la situación política asunceña se volvió asfixiante. Faltaba el aire puro de la serranía y los ideales golpeaban las juveniles cabezas. En un conato revolucionario, Antonio -que tenía colectivos- tomó la Jefatura Policial con sus partidarios y por la falta de coordinación con otros puntos cuando los oficialistas reaccionaron "... salió tocando bocina en su gran colectivo urbano entre la Policía y la plaza para esconderse entre techos". "Nino" apresado en una lejana isla por opositor, con sus co-revolucionarios tomaron la guardia de la isla-cárcel y emigraron por la enmarañada selva hasta el Brasil, llevando hasta el río Apa en una camilla de palos al compañero herido, "... aplicándole suero con gotas de rocío".
Ángel sin futuro cruzó la frontera y aprendió tango entre medicina y la pica de tabaco en la canchada de la gran urbe porteña.  
El tiempo reiniciaba. Con él, Ángel se hizo el doctor Perrotta y encontró en un paseo de estudios la flor en una hermosa guaireña llamada "Neneca" Mussi, que guardaba celosa la entrañable cruza libanesa, argentina y guaraní para sus días.
Las ansias de trabajar en el Paraguay eran fuertes, pero "... había que afiliarse" y el orgullo del color no permitía. Ya "Nino" -médico- y "Poroto" -dentista- cruzaron para La Pampa argentina buscando horizontes pacíficos. Pero la familia tiraba. El doctor Ángel Perrotta cruzó la frontera y miró el mapa extendido en el "Ministerio de Salud de Corrientes" marcando el punto más cercano a la frontera con su patria. Itá Ibaté.  

Largo fue el camino arenoso desde Corrientes en el camión de los Lugo, hasta llegar al pueblo que huraño y esquivo se apretujaba en la barranca sobre el Paraná. Pero pronto las francas manos vecinas encontraron en el "... dale Doctorcito" al médico de alma que curaba en guaraní y al que orgullosamente fueron eligiendo Padrino de sus hijos.  

Los parajes más lejanos -Yahapé, Yacareí, Vences, Berón- de este lado y cruzando el Paraná -Guardia Cué, Laureles- llamaban la asistencia del doctor Perrotta, que a la señal del tiro de los marineros cruzaba en bote, a caballo, tractor o camioneta hasta los recónditos benditos donde pujaban las lugareñas o se postraba un paisano para llevar su medicina. Los medios no llegaban ni alcanzaban y había que improvisar "... sondas con tallos de tártago desinfectadas con alcohol" o "... hacer sangrías con yilé". 
En el pueblo, el quirófano era alumbrado con un dispositivo inventado por "… el compadre Vidal Lugo con dos linternas de a cuatro elementos asistido con baterías del camión", mientras hacían de enfermeras su señora "Neneca" y la señora Olga Lugo, que férreas sostenían el brazo y aplicaban el "éter" mientras la cirugía avanzaba. Pronto hasta ellas tuvieron que aprender el oficio porque en ausencia del médico nacieron las gemelas Adad.  

En los bancos de arena "... dormían uno al lado del otro miles de yacarés enormes, eran como troncos negros" y a cada salida en bote "traíamos surubíes grandes como carretas". Itá Ibaté adentro era otra cosa. Las distinguidas familias recibieron complacidas a la familia del doctor y los Pérez López, Silva, Tayarn, Scotto, Adad, Machado, entre otros, compartieron sus crianzas, festejos y desvelos lugareños. Los "... 8 de Diciembre, Día de la Virgen", los encontraban encolumnados en la procesión donde terminada la Misa, se iniciaban los festejos en el patio parroquial, para seguir el baile en la pista de los "hermanos Cabral". Algunas veces un desencuentro terminaba en "costura" y en otras la épica encontraba canto como aquella en que "... había un marino que fanfarroneaba con su arma, una vez le faltó a un paisano que estaba en el baile y cuando quiso manotear la pistola ya la punta del facón le cosquilleaba la barriga, guardó tranquilo el arma y tuvo que pedir el pase".

No eran tiempos fáciles, entre tormentas, bados y arenales más de una vez del galope dependía "una vida". El agua subía en carrito la pendiente de la barranca y los baños eran en tinas -en invierno y en verano-, la corriente eléctrica no existía hasta que el motorcito empezó a funcionar, pero a las 10 se apagaba; sin embargo la llegada del parque y las radionovelas poblaban las nochecitas itaibateñas hasta la hora en que las serenatas llenaban el aire desde: "... un piano en camión llevaba el hermano de Vidal para dar las serenatas, sino cargaba su aparato a cuerda y mientras él golpeaba la ventana y conversaba con la guaina, su secretario daba cuerda". Los hombres se desafiaban al truco con un fondo de Toro Viejo esperando la pelea del Luna Park: "... si volvía la onda, mientras se cocinaba un cordero".  

Arroceros tozudos luchaban contra la sequía y la creciente, y en tiempos de bonanza cambiaban sus "fores" por la recién salida. Hubo que adentrarse por las estancias para curar enfermos y allá también fue "el Doctor". Esta gente de trabajo agradeció sincera la profesión entregada haciendo del médico su par. Los Chequín, Sussini, Repzescky sembraron surcos de labranza luchando a brazo partido contra el tiempo y sus caprichos.      
           
El tiempo es ciclo y vuelve. La necesidad de estudios para sus hijos trajo a Corrientes al doctor Ángel Perrotta y familia. Allá quedaron, en "Itá Ibaté", sus sueños de médico cumplidos, sus mejores años, sus grandes amigos y la fría estadística que marca tasa de mortalidad cero en sus años de servicio.
Cada 8 de diciembre vuelve para "... la procesión de la Virgen".  

En Itá Ibaté, hombres adustos y mujeres parlanchinas lo paran en la calle y enseñándole sus hijos en un gesto ceremonioso de antiguos puebleros le piden: "... La bendición padrino".
*Historia Constitucional Argentina. Derecho. Unne.

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